Por FRANCISCO GÓMEZ MAZA
Hace 23 años, partió Juan Rulfo Hace dos días, Mario Benedetti
El padre de la narrativa latinoamericana, el inmemorial Juan Rulfo, habría cumplido el sábado pasado, 17 de mayo, 92 años. El domingo 17 de mayo, recibimos la noticia de la partida de Mario Benedetti, quien dejó este mundanal ruido a los 88 años cumplidos. Dos poetas comprometidos con aquellos que no tienen voz y que los profetas del mercado no les dan voz. Rulfo, con el campo, con los pobres de los pobres, los que intentan sacarle jugo al páramo. Imagínenlos, queridos amigos: ¡queriendo sacarle vida al páramo! Benedetti, comprometido con la humanidad toda, pero particularmente con los excluidos, dándoles voz también. Ambos desnudando la belleza, la alegría, la ternura, la armonía, la convivialidad, el amor en una palabra. Juan se fue hace 23 años y aún sigue vivo, recreando la historia verdadera, no la que escriben los escribamos de los vencedores, ni la que cantan los “poetas” de los mecenas potentados, y alimentando el ánima de muchos otros profetas de los pobres, de los vencidos, de los expoliados, de los excluidos. Mario se acaba de ir hace dos días, dejando una herencia de espasmo, de armonía, de vigor y ternura, de alegría, de música, de danza en los corazones de muchos que le conocimos, que le leímos, que intentamos seguir sus pasos. Ambos, Juan y Mario, son ya poetas del Infinito. Volvieron al Gran Útero infinito que es la fuente de su creatividad sin límites. No lloro la muerte de Rulfo, a quien traté de cerca cuando iba a la escuela de periodismo, allá por la segunda mitad de la década de los 60, cuando iba a su casa, o a su cubículo en el Instituto Nacional Indigenista, cuando estaba en la calle de Héroes o Balderas. A Benedetti le conocí a través de sus poemas, de los cantos que los cantadores cantan con letra de sus creaciones. Ambos están cincelados en mi corazón.
Juan y Mario fueron poetas – deseo (desideriarum poetae), que tuvieron la gracia de enfocar el deseo, apaciguado por la razón, en un solo objetivo: descubrir lo sin-bólico del mundo para armonizarlo con lo dia – bólico, y demostrarle a quienes sólo piensan en satisfacer su Eros que otro mundo es posible, un mundo de paz, interior y colectiva, en donde el amor se ponga encima del odio; el perdón encima de la injuria; la confianza arriba de la duda, la luz disipe las tinieblas; la alegría destruya la tristeza; la verdad acabe con el error. Y la belleza del ser humano – todos los seres humanos somos bellos – sea la antesala de la convivialidad, del cuidado entre los seres humanos y de estos hacia la Naturaleza: una utopía que tiene que desplazar a la Topía del modelo excluyente impuesto por lo dia – bólico, por la ansia de dinero, poder y prestigio de hombres y sociedades de la lujuria, que están seguros que las tres cuartas partes de la humanidad son un lastre con el que hay que acabar, y que la Naturaleza es de su propiedad y fue hecha para que sólo ellos la exploten, la expolien, la expropien para aumentar sus caudales en las bóvedas del sistema financiero. Por ello, me alegro de que en el mundo hayan, vivan, convivan, sean portavoces de la belleza, del vigor y la ternura, del amor, los verdaderos poetas, los profetas del Infinito, que caminan por las veredas de los pobres de los más pobres, como Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Jaime Sabines, Gabriel García Márquez y toda una pléyade de profetas que van por el mundo como el Caballero de los Leones, deshaciendo entuertos y desencantando princesas encantadas por perversos entandadotes.
He visto muchas desgarraduras de corazones amantes de Mario Benedetti. Pena y llanto por su partida. El temor a la muerte hace llorar la muerte. Ese temor que a muchos, si no es que a todos, nos hace inventar enemigos, tanto personales como colectivos, como nacionales, y eso nos lleva al miedo a la muerte, porque creemos que los tales enemigos lo que buscan es nuestra propia muerte. Pero todo está en la mente individual y colectiva. Y los poetas han vencido el miedo a la muerte, han sojuzgado el miedo al esos imaginarios enemigos, que nos hacen pertrecharnos, armarnos, andar siempre a las vivas, pues no vaya a ser que en una de esas nos claven un puñal por la espalda. O también nos han hecho organizar invasiones, perpetrar etnocidios, ecocidios y biocidios y estar preparados para la guerra y mantener, gracias al poder del dinero, guerras estúpidas, en donde todos sufren, muchos mueren y nadie sale triunfante, porque el que hace la guerra es el que más padece por su miedo y los pueblos invadidos son masacrados con ametralladoras, con minas, con bombas, con sustancias defoliadoras.
Mario Benedetti sólo cambió de residencia. Dejó el cuerpo corporal en el que viajó durante 88 años por este espacio sideral y se trasportó al Infinito. En realidad no ha muerto. Sus poemas no serán olvidados por nadie, como nadie ha olvidado en el mundo El Llano en Llamas, o Pedro Páramo. Y nadie ha olvidado Cien Años de Soledad. O Los Amorosos. Bienvenido a la Vida, querido Mario. Ahora eres más poderoso porque nadie ni nada puede censurar tu palabra verdadera, tu palabra sin – bólica, erótica, liberadora, recreante de lo bello, de lo amoroso, de lo justo, de lo verdadero. No lloro tu muerte. Sí celebro tu Vida. Me alegro por la Vida. Ahí están las fotografías de la belleza que imprimió Rulfo, verdaderos poemas. Ahí están los poemas, los cantares, las confesiones de íntimo erotismo de Benedetti. Y ambos, Juan y Mario, continúan no sólo en la memoria de los ancianos, sino en las manos y en el corazón de los jóvenes, en todo el mundo, no sólo en sus limitadas geografías. Quién de los jóvenes universitarios, dedicados a las bellas artes, no ha leído a Rulfo, en estos momentos; quién de los amantes del humanismo no se alegra con los poemas de Benedetti o con una canción cantada por un sensible cantador. Mujeres y varones del mundo de las humanidades celebran la Vida porque aún hay, y seguirá naciendo, poetas. De ociosa, la poesía no tiene nada, como creerán sus detractores. La poesía es vida, es alegría, es sentimiento, es vigor, es ternura, es amor y todo acabará, menos el amor.
http://analisisafondo.blogspot.com
He visto muchas desgarraduras de corazones amantes de Mario Benedetti. Pena y llanto por su partida. El temor a la muerte hace llorar la muerte. Ese temor que a muchos, si no es que a todos, nos hace inventar enemigos, tanto personales como colectivos, como nacionales, y eso nos lleva al miedo a la muerte, porque creemos que los tales enemigos lo que buscan es nuestra propia muerte. Pero todo está en la mente individual y colectiva. Y los poetas han vencido el miedo a la muerte, han sojuzgado el miedo al esos imaginarios enemigos, que nos hacen pertrecharnos, armarnos, andar siempre a las vivas, pues no vaya a ser que en una de esas nos claven un puñal por la espalda. O también nos han hecho organizar invasiones, perpetrar etnocidios, ecocidios y biocidios y estar preparados para la guerra y mantener, gracias al poder del dinero, guerras estúpidas, en donde todos sufren, muchos mueren y nadie sale triunfante, porque el que hace la guerra es el que más padece por su miedo y los pueblos invadidos son masacrados con ametralladoras, con minas, con bombas, con sustancias defoliadoras.
Mario Benedetti sólo cambió de residencia. Dejó el cuerpo corporal en el que viajó durante 88 años por este espacio sideral y se trasportó al Infinito. En realidad no ha muerto. Sus poemas no serán olvidados por nadie, como nadie ha olvidado en el mundo El Llano en Llamas, o Pedro Páramo. Y nadie ha olvidado Cien Años de Soledad. O Los Amorosos. Bienvenido a la Vida, querido Mario. Ahora eres más poderoso porque nadie ni nada puede censurar tu palabra verdadera, tu palabra sin – bólica, erótica, liberadora, recreante de lo bello, de lo amoroso, de lo justo, de lo verdadero. No lloro tu muerte. Sí celebro tu Vida. Me alegro por la Vida. Ahí están las fotografías de la belleza que imprimió Rulfo, verdaderos poemas. Ahí están los poemas, los cantares, las confesiones de íntimo erotismo de Benedetti. Y ambos, Juan y Mario, continúan no sólo en la memoria de los ancianos, sino en las manos y en el corazón de los jóvenes, en todo el mundo, no sólo en sus limitadas geografías. Quién de los jóvenes universitarios, dedicados a las bellas artes, no ha leído a Rulfo, en estos momentos; quién de los amantes del humanismo no se alegra con los poemas de Benedetti o con una canción cantada por un sensible cantador. Mujeres y varones del mundo de las humanidades celebran la Vida porque aún hay, y seguirá naciendo, poetas. De ociosa, la poesía no tiene nada, como creerán sus detractores. La poesía es vida, es alegría, es sentimiento, es vigor, es ternura, es amor y todo acabará, menos el amor.
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